sábado, 12 de septiembre de 2009

La Cacería

Bernal no pudo evitar sonreír al distinguir las huellas de su presa entre la hojarasca del bosque.

-Ya eres mío, bastardo…

Sacó un pequeño cuerno de caza de su cinturón y lo hizo sonar tres veces, tres breves notas que servían de señal a sus perros para que se reunieran. Inmediatamente, la calma del bosque se quebró con los violentos ladridos de los tres canes: Zarpa, Oso y Medianoche, que corrieron a su encuentro, felices ante la proximidad de una cacería. Recogió la gran ballesta que había dejado en el suelo y se dispuso a seguir el rastro.

La jauría llegó ante él y a una orden suya, Medianoche guió a los otros perros en pos de la presa. Bernal corrió tras ellos a la máxima velocidad que le permitían sus piernas, a pesar de que llevaba horas y horas siguiendo el rastro sin detenerse. Estaba al borde de la extenuación, pero no podía parar ahora, tan cerca de su objetivo. Encontraría a ese engendro malnacido y acabaría con su vida, aunque fuera lo último que hiciera en esta vida.

El rastro se internaba en lo más profundo del bosque, donde la vegetación era más espesa. Pronto fue necesario guardar la ballesta en su soporte y sacar la enorme hacha de batalla que le colgaba del cinturón para abrirse paso entre las ramas. Cada golpe le costaba más que el anterior, pero ni aún así se detuvo a descansar. Continuaba impasible, espoleado por la ira, que renovaba sus fuerzas y le convertía en una implacable máquina de destrucción.

Sólo cuando las piernas le fallaron y ya no fue capaz de levantarse in detenerse un rato para recuperar el aliento, admitió que no podía seguir. Buscó un lugar adecuado para montar el campamento, no muy lejos del rastro, y se dejó caer en la hierba. No se permitió el descanso reparador que proporcionaba el sueño y que él tanto necesitaba, sino que al cabo de unos minutos se levantó de nuevo y usó el hacha para cortar algo de leña con que hacer un buen fuego.

Le gustó aquello. Le recordó cuando no era un cazador implacable, sino un vulgar y corriente leñador, allá en su pueblecito de las montañas gallegas. Cuando todavía tenía una familia, una mujer y una hija de cabellos rizados y sonrisa alegre.

Antes de que la tristeza lograra apoderarse por completo de su ser, volvió a concentrarse en la tarea que tenía por delante. Encendió un buen fuego y asó algo de carne seca y un par de cebollas, que envolvió primero en unas grandes hojas para que conservaran el sabor. Cenó rápidamente y se tumbó a dormir. No se preocupó de los depredadores, ninguno podría acercarse sin ser detectado por los agudos sentidos de sus tres perros.

Se detuvo unos segundos a contemplarlos antes de que el sueño le venciera. Eran tres animales grandes y fuertes, con una gran capacidad de trabajo. Bernal los había criado desde que eran cachorros y les tenía gran aprecio. Pensaba que, a pesar de sus diferentes aspectos, se comportaban como una familia.

Zarpa, un enorme lebrel de pelo largo y castaño, era quien mejor seguía los rastros. No había olor, por débil que fuera, que escapara a su olfato, ni ruido lo bastante bajo como para que no lo oyera. Oso, por su parte, era el más fuerte de los tres, un mastín de pelo corto y oscuro capaz de enfrentarse a cuatro lobos a la vez. Pero Medianoche era, indiscutiblemente, el líder de la jauría. Se trataba de un perro lobo de color negro azabache con una inteligencia poco común que resultaba muy útil para guiar a sus compañeros en pos de una presa.

Por fin el sueño se hizo con él y se quedó dormido.

Despertó apenas tres horas después, alertado por un seco ladrido de Medianoche. Aferró con fuerza el hacha, ya que estaba demasiado oscuro (a pesar del fuego, que todavía ardía) para usar la ballesta. Se quedó en tensión, esperando.

Enseguida se dio cuenta de que sus perros no se habían equivocado. Había algo allí. Era sutil y precavido, fuera lo que fuera. Sólo lo delataban pequeños detalles: una ramita rota aquí, que sonaba con la fuerza de una campanada en la quietud de la noche; una sombra furtiva allá, que apenas destacaba en la oscuridad reinante.

Bernal trató de calmar su agitada respiración para poder escuchar mejor. Aquello era sin duda grande y pesado, a juzgar por el ruido de sus pasos. Calculó que debía medir más de dos metros, tal vez dos y medio, y pesar alrededor de doscientos o trescientos kilos. Se movía rápido entre la vegetación y Bernal sólo podía percibir retazos de pelaje oscuro cuando se desplazaba. Lo hacía con la elegancia de un depredador, dando vueltas en torno al campamento tratando de confundirle.

Sus perros, guiados por el olfato, al principio seguían sus movimientos corriendo en círculos, pero al final acabaron por entender que no servía y desistieron. Liderados por Medianoche, formaron un círculo alrededor de su amo con la intención de protegerle.

Hicieron bien. La bestia se había cansado de jugar con él y salió rugiendo de entre la maleza, dispuesta a devorarlo. Lanzó un zarpazo en su dirección, pero Oso se interpuso, hincando sus dientes afilados en la pata (o el brazo, resultaba imposible distinguirlo en la oscuridad) de la criatura, logrando arrancarle un aullido de dolor. Bernal aprovechó la oportunidad y descargó su hacha sobre su enemigo, pero falló por apenas unos centímetros y la bestia, herida, huyó internándose en el bosque.

Bernal comprobó que ninguno de los perros estaba herido y después regreso a su lecho, sabiendo que al día siguiente tendría que enfrentarse a una dura prueba. Sin embargo, el sueño parecía esquivarle, ahora que estaba tan cerca de su presa. Algo especialmente cruel en su mente le empujaba a recordar la única vez que había visto claramente a la criatura, el día que regresó a su hogar después de un duro día de trabajo y la encontró sobre lo que quedaba de las dos únicas personas que le importaban. Poco a poco, los recuerdos se convirtieron en pesadillas y se durmió.

Al día siguiente se levantó al amanecer y desayunó un caldo ligero hecho con agua de un arroyo cercano y un poco de cecina. Se aseguró de dar bien de comer a los perros para que aguantaran la difícil jornada que tenían por delante, antes de salir a seguir el rastro de la bestia.

El rastro estaba mucho más claro que el día anterior, la criatura había sido demasiado confiada la noche anterior y había dejado unas señales tan claras que hasta un niño podría seguirlas. Eso hizo que Bernal se parase a pensar unos segundos ¿Por qué la bestia había sido tan descuidada? Hasta los peores depredadores de la naturaleza sabían moverse sin dejar rastro, y esta cosa había demostrado con creces ser más inteligente que la mayoría. Por más que cavilaba, no llegaba a comprenderlo: no tenía sentido. Estuvo dándole vueltas un buen rato, incluso mientras caminaba, pero sin resultado.

La respuesta le vino por sí sola unas horas después, cuando hizo una pausa para almorzar. Estaba masticando un trozo de queso mientras pasaba distraídamente la mano por el lomo de Zarpa cuando de pronto lo vio claro ¡Los perros! ¡La bestia no había contado con ellos! Estaba tan segura de poder con él que no se había molestado en cubrir sus huellas, pero se había encontrado sin esperárselo con los perros. Y una cosa era enfrentarse a Bernal, quien por muy fuerte que fuera sólo era un hombre, pero él y tres enormes perros acostumbrados a enfrentarse a toda clase de bestias salvajes eran sin duda demasiado.

Entonces supo algo más: la bestia le tenía miedo. Por eso no había sido capaz de esperar a que el la encontrara. Después de cinco años cazando todo tipo de animales para mantenerse mientras perseguía a su auténtica presa, Bernal sabía perfectamente que cuando un depredador está seguro de su poder, no se muestra tan impulsivo. Esa clase de conducta nacía del miedo, no de la seguridad.

La persecución se prolongó todo el día. En algunos momentos, la bestia estaba tan cerca que Bernal podía oír su respiración, pero luego se alejaba y desaparecía de la vista. El cazador llegó a cansarse de aquello, pero no desistía. Era algo personal, algo que le obsesionaba desde hacía años. No iba a dejarlo cuando faltaba tan poco.

Hacia el atardecer comenzó a notar ciertos cambios en el camino, se fue volviendo más amplio y más liso, como si alguien lo transitara a menudo. Aquí y allá surgían pequeños caminos laterales, algunos de los cuales mostraban el mismo aspecto que el que seguía. Dedujo que debían de ser sendas de los cazadores locales y que tarde o temprano daría con algún refugio. No le vendría mal pasar la noche bajo techo.

Tuvieron que pasar todavía dos horas más antes de que llegara a la pequeña cabaña que los cazadores de la zona debían usar durante el verano para almacenar equipo y piezas de caza. Era una construcción redonda, de piedra y con tejado de brezo. Desde fuera parecía muy baja, pero eso era porque la mitad de su altura estaba enterrada. Eso era una práctica común en ese tipo de construcciones, ya que así resultaba más barata y se mantenía mejor el calor. El tejado de brezo estaba cubierto por grandes placas de musgo colocadas para impermeabilizarlo.

No estaba solo. Había un hombre alto y demacrado en la puerta, cortando leña sobre un tocón. Tres finas cicatrices paralelas le cruzaban el ojo izquierdo, hasta la mejilla. Vestía ropas sencillas de campesino hechas de lana basta de color pardo. Cuando vio llegar a Bernal, se giró hacia él.

Bernal lo reconoció de inmediato.

-Tú- fue todo lo que dijo. Su voz sonaba rasposa después de tantos días sin más compañía que sus perros, pero aún así el odio que destilaba era más que evidente.

- Por fin. Hace horas que te espero- contestó el otro, con tono aparentemente despreocupado. Soltó el hacha y se acercó a Bernal con calma-. Así que has venido a matarme.

-¿Y eso te extraña?- contestó él- Entonces déjame que te cuente una historia. Hace cinco años, mi hija encontró a un hombre muy mal herido en el bosque que había cerca de nuestra casa. Estaba al borde de la muerte, alguna criatura debía haberle atacado, porque tenía heridas de garras por todo el cuerpo y había perdido mucha sangre.

>> Lo llevamos a casa y llamamos a una curandera. Pasaron días hasta que mejoró, pero logramos que sobreviviera. Mi mujer y mi hija cuidaron de él durante todo ese tiempo. Le alimentaron, le cuidaron y le vistieron. Él se mostró siempre amable y agradecido. Cuando se recuperó, quiso colaborar en las tareas de la casa, incluso me acompañó un par de veces a talar árboles, aunque el esfuerzo era excesivo para él. Todos empezamos a apreciarle, lo considerábamos uno más de la familia.

>> Pero había algo que no sabíamos y de lo que nos enteramos demasiado tarde. Al desconocido le había mordido un hombre lobo y la primera luna llena después del ataque se transformó y atacó a mi mujer y a mí hija mientras yo estaba fuera, ayudando a un amigo a construir un nuevo granero.

>>Cuando volví ya era tarde. Lo encontré devorando sus cadáveres, cubierto por su sangre y aullando salvajemente a la luna. Traté de defender sus cuerpos, enloquecido por la ira, pero fracasé. Me habría matado, pero afortunadamente unos vecinos habían oído el ruido y los aullidos y vinieron a ayudarnos.

-Bonita historia- intervino el hombre de las cicatrices-. Pero ya la conocía.

-Entonces sabrás lo que pasó después, Clovis.- dijo Bernal.

-Claro. Enterraste sus restos y juraste sobre sus tumbas que darías caza a su asesino. Desde entonces has estado persiguiéndome, acosándome como a un perro salvaje a través de toda la Península, sin darme tregua. Sólo te parabas cuando me perdías el rastro o cuando necesitabas dinero-. Su tono sonaba frío, como si no hablara de sí mismo, sino de alguien a quien no conociera de nada.

-¿Te sorprende? ¡Tú las mataste! ¡Ellas fueron amables contigo y tú las asesinaste! ¡Por el amor de Dios, te pillé comiéndote sus cadáveres!

-¿Alguna vez te has parado a pensar cómo fue aquello para mí?- el tono de Clovis se llenó de ira, la primera emoción que mostraba-. ¿Te has parado a pensar que fue a mí a quien atacó la bestia y que justo cuando empezaba a recuperarme de mis heridas, me transformé en aquello que me las había provocado?

Ahora que había empezado a hablar, Clovis parecía ser incapaz de parar. Estaba sacando fuera cinco años de rencor, que explotaban con la fuerza de un cañonazo.

-¡No, por supuesto que no! Preferías pensar que yo era un monstruo malvado y sediento de sangre. ¿Sabías que yo no controlo lo que hace la bestia? ¿Te imaginas lo que es para mí desvanecerme en la nada cada luna llena y despertarme embadurnado de sangre todavía fresca? ¿Sabes cuantas veces he matado, cuántas muertes llevo sobre mi conciencia?

-¡Todo eso me da igual! ¡Tú las mataste y pagarás por ello!-gritó Bernal.

Desenvainó el hacha y atacó con ella a Clovis con toda la furia que había acumulado durante cinco largos años. Sus tres perros atacaron a la vez, cogiendo al licántropo desprevenido. Por un momento pareció que lo tenían dominado, pero de pronto Clovis se levantó de golpe y se los quitó de encima con fuerza sobrehumana.

Durante unos segundos, todos se quedaron quietos. Bernal y Clovis cruzaron una mirada de odio que duró apenas un instante. Los ojos del licántropo destellaban, repentinamente ambarinos.

-¿Querías enfrentarte a mí, no? ¡Pues ahora verás de lo que soy capaz!

Con un rugido de rabia comenzó a transformarse. Sus brazos y piernas aumentaron de grosor, su pecho se hinchó. Sus manos se convirtieron en afiladas garras, su boca se prolongó y se llenó de dientes peligrosos y puntiagudos. Sus orejas se alargaron y cambiaron de posición. Todo su cuerpo se cubrió de un pelaje espeso de color castaño oscuro y sus ropas reventaron mientras crecía, hasta superar los dos metros de altura.

Se lanzó hacia Bernal rugiendo de satisfacción y trató de morderle la yugular, pero una vez más se olvidó de los perros. Zarpa saltó sobre él y le clavó los dientes en el antebrazo con todas sus fuerzas. Clovis aulló de dolor y se lo quitó de encima con un violento zarpazo que desgarró todo el costado derecho del pobre perro dejando sus costillas a la vista, pero al hacerlo descuidó al cazador, que aprovechó para blandir su enorme hacha de combate y hacerle un tajo en el hombro.

Entonces el combate se volvió más salvaje: el hombre lobo atacaba por todas partes a la vez, usando indistintamente las garras y los dientes para deshacerse de sus atacantes, mientras que Bernal empuñaba el hacha a dos manos y sus perros mordían y arañaban a Clovis sin tregua. A pesar de su superioridad numérica, la fuerza y la fiereza del licántropo bastaban para igualar las cosas.

Clovis lanzó un mordisco repentino y pilló a Oso por la columna, al tiempo que de un zarpazo apartaba a Medianoche, el cual salió despedido a varios metros de distancia, rodó por el suelo y volvió a lanzarse a la carga. Clovis movió violentamente la cabeza y lanzó a Oso contra su compañero canino. Bernal golpeaba a diestra y siniestra con su hacha, tratando de alcanzar el cuello de su enemigo, pero el licántropo era demasiado rápido para él. De un solo golpe, el asesino de su familia lo arrojó al suelo y el hacha se le escapó de las manos. Levantó una garra para matarlo y sus afiladas uñas brillaron un momento, reflejando la luz de la luna antes de descender sobre Bernal y acabar definitivamente con el hombre que le había perseguido durante cinco años…

Pero Zarpa se lo impidió. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, se abalanzó sobre él, atacando la garra que tenía alzada. Clovis, enfurecido, mordió repetidamente al animal en el cuello, convirtiéndole en una masa sanguinolenta.

Eso enfureció todavía más a Bernal, ya que le recordó el salvaje asesinato de su familia. Recogió el hacha del suelo y, de un solo golpe, acabó con aquella bestia maligna antes de que tuviera tiempo de recuperarse. Su cabeza salió despedida y rodó hasta detenerse junto a una roca al tiempo que ambos, cabeza y cuerpo, recuperaban su aspecto humano.

Bernal se detuvo unos instantes a contemplar la escena, conmocionado, y luego pudo por fin reaccionar. Comprobó el estado de los perros que quedaban y lloró por la muerte de Zarpa, pero al cabo de un rato el agotamiento pudo con él y se desmayó.

Al día siguiente, Bernal se ocupó de lo que quedaba por hacer. Enterró a su compañero canino cerca del tocón y quemó el cuerpo y la cabeza del licántropo para que su espíritu nunca alcanzara el Paraíso. Luego, se detuvo a pensar.

Ahora que su venganza se había cumplido, ¿qué iba a hacer con su vida? Podría volver a su pueblo y retomar su vida, pero le parecía imposible sin su mujer y su hija. También podía reunirse con ellas, pero no se atrevía: los suicidas acababan directamente en el infierno y sin duda su familia habría subido al cielo, por lo que no debía tomar ese camino si quería volver a verlas algún día.

Entonces pensó en ellas y se dio cuenta de que mucha más gente debía de haber pasado por lo mismo. ¿Cuántas familias se habrían evaporado como la suya por culpad de algún engendro diabólico? Entonces supo lo que debía hacer. Dedicaría el resto de su vida a eliminar a todos esos monstruos infernales para que su tragedia no se convirtiera en la de otros.

Y algún día se reuniría con ellas de nuevo.

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